Nunca he sido amante de la naturaleza, de hecho, me considero una persona citadina. Las pocas veces que he ido a acampar me ha resultado incómodo. Pasar frío, hambre y manejar por horas en la carretera es agobiante, prefiero descansar cómodamente en mi hogar, frente al televisor viendo un partido de fútbol o una película.
No envidio en lo absoluto aquellos fanáticos de los viajes a lugares inhóspitos, que tienen que dormir en medio de bosques y selvas heladas, con poca comida, sin luz ni una cama decente para descansar.
Sin embargo, una mañana decidí intentar algo nuevo. Después de observar la película, “Hacia Rutas Salvajes”, mi escondido espíritu aventurero surgió de repente. Fui cautivado por una frase del protagonista: “ El núcleo del espíritu humano proviene de nuevas experiencias”.
Fue entonces cuando tomé la apresurada decisión de salir de la ciudad y probar nuevas experiencias, tal y como “Alexander Supertramp” mencionó en el film.
Mi destino era uno, el pequeño poblado de Nono, ubicado a unos 25 km al norte de la ciudad de Quito. Lo interesante de este viaje es que solamente iba a llegar hasta cierto punto en carro, el resto del trayecto lo iba a realizar a caballo.
Caber recalcar que hasta el momento mi única experiencia con estos animales había sido 7 años atrás y por un espacio de tiempo muy corto. Es decir, me iba a aventurar a una cabalgata larga y complicada apenas habiendo montado un caballo una vez en mi vida. Sin duda sentí mucho miedo.
Para semejante aventura debía tener un acompañante, el cual lo había escogido inteligentemente, mi hermano menor, David. Con 17 años él sabia manejarse muy bien en la ruta y su estilo al cabalgar era envidiable.
El inicio de la cabalgata sería desde la hacienda de mi hermano, ubicada en las afueras de Calacalí, unos cuantos kilómetros antes de llegar a Nono. El trayecto estaba trazado, no iríamos por la carretera. Recorreríamos el camino viejo, por el cual se transporta el ganado y las cosechas. Una ruta donde solo se puede avanzar a caballo, no era peligroso, pero el fuerte frío y la fría garúa hacían del terreno lodoso y resbaladizo.
Una vez en la Hacienda Amboasí, propiedad con 200 años de antigüedad que perteneció a los jesuitas, estábamos listos para empezar nuestra travesía. Sin embargo falta lo esencial, y lo más preocupante para mí, los caballos. Nos dirigimos hacia el establo donde estaba el capataz Don Pedro. Un hombre bajo de estatura con cabello negro, facciones gruesas y piel morena.
Don Pedro, con un español trabado, pues su idioma materno era el quechua, me mostro a lo que en ese momento se convirtió en mi gran y mayor susto, mi caballo.
Me encontré con una yegua color café, con profundo y negros pero con una expresión triste y a la vez tranquila. Medía casi un metro con noventa centímetros de altura, y sus cuatro patas se las veía fuertes, sin embargo viejas y cansadas.
Me sentí pequeño en este instante, mire a la yegua como a un monstruo terrorífico. Respiré profundo y el primer pensamiento que vino a mi cabeza fue: “Este animal es el que te llevará hacia Nono, así que sin miedo a montarlo”.
El gran ejemplar ya ensillado por Don Pedro se llamaba “La Policía” y era la yegua mas vieja y tranquila de toda la hacienda.
Viendo mi cara de asombro y pavor mi hermano me dijo:¨Tranquilo que es la mas mansita de todas”. Asentí con la cabeza mientras el capataz de ayudaba a subir a La Policía. Me sentí un poco más tranquilo cuando estuve sentado en ella, incluso, gracias a la altura del caballo me sentía poderoso.
Brevemente mi hermano me enseño como manejar al animal. Dimos un par de vueltas alrededor del establo hasta que me acostumbre La Policía y yo nos conozcamos un poco. Era un animal dócil y tranquilo, lo que me dio un poco mas de confianza al momento de cabalgar.
Mi hermano cabalgaba en una joven yegua de nombre Avellana, ce color café claro, briosa y mucha mas despierta que mi compañera de viaje. Él ya dominaba al animal perfectamente, incluso galopó un poco antes de empezar el trayecto.
Una vez acoplado a La Policía emprendimos nuestro rumbo. El clima se tornaba nublado y la llovizna continuaba cayendo. El paisaje resultaba muy interesante, pues esta ruta alternativa hacia Nono está ubicada en la parte en el que el páramo se une con el bosque nublado.
Podía observar los eucaliptos y el bosque típico de la sierra, sin embargo unos kilómetros más adelante la vegetación se tornaba exuberante y de un color verde mas fuerte.
Mi hermano montado en la joven Avellana lideraban la expedición, mientras que yo, temeroso aún, los seguía con La Policía, que parecía era la yegua indicada para inexpertos en cabalgata como yo.
El sonido de la lluvia que chocaba con los árboles era relajante, sin embargo el frío era intenso. La belleza del paisaje era incomparable, habíamos subido unos cuantos metros y todo se volvió páramo.
Los montes de yerba verde predominaban y el olor de los gigantes árboles era penetrante. El sonido de los cascos de los caballos con el suelo que en momentos se tornaba empedrado se tomaba mis oídos en una forma pacífica.
Ni mi hermano ni yo cruzábamos palabra, ambos sabíamos que a pesar de estar juntos en la cabalgata, ese momento era de cada uno.
Mis sentidos se agudizaron con la tranquilidad y el silencio que el páramo nos proporcionaba. Poco a poco el delicioso olor a césped mojado fue tomando mi nariz y el sonido de un par de aves de montaña me envolvía.
Una hora de trayecto había pasado y faltaba todavía media hora mas para llegar hasta nuestro destino. Durante ese tiempo habíamos cruzado un par de palabras con mi acompañante. Yo me sentía cada vez mas seguro del manejo que tenia con mi querida acompañante del día, La Policía. Ella parecía ya conocerme y con su cabeza baja, caminaba sin presentar cansancio.
El clima fue un poco más condescendiente en la última media hora de camino, pues la lluvia paró y el cielo se despejó un poco. Habíamos descendido un poco así que el paisaje dejó de ser páramo.
Llegábamos a Nono por un pequeño camino de tierra, en el cuál las competencias de autos 4x4 y rally que se realizaban habían vuelto del suelo un verdadero lodazal.
Nono es una población pequeña, que se caracteriza por la cosecha de granos y sobretodo por los diversos lugares para pesca deportiva que existen. El medio día llegaba junto con nosotros. El clima no era el mejor, sin embargo se podía disfrutar de la paz y tranquilidad de este pequeño poblado.
Los lugareños se presentaban indiferentes ante nuestra presencia pues el turismo es uno de los principales ingresos de esa zona y no se sorprendieron con un par de jóvenes a caballo.
Este pequeño pueblo no difiere mucho de los clásicos asentamientos serranos. Casas pequeñas, calles adoquinadas, un parque central con la iglesia u la junta parroquial. Niños jugando fútbol en la calle, pequeñas tiendas y varios lugares para comer.
Cuando hago viajes, por poblados similares a estos, no los veo pobres, encuentro una paz en cada uno de sus habitantes. En las calles veo simpleza y alegría, lo mismo sucedió con Nono.
Adicionalmente al acogedor pueblo en que le encontraba recordé la hazaña que había culminado. Enfrenté el miedo de una larga cabalgata y logre dominar a un caballo, en este caso la vieja Policía, que era parte de este triunfo.
Luego de conocer Nono amarramos a los caballos y nos sentamos por un momento en la banca del parque. Entró a mi cabeza la película que me había inspirado a realizar esta cabalgata. A fin de cuentas el personaje principal tenía razón: “El núcleo del espíritu humano proviene de nuevas experiencias”.